
𝐋𝐞𝐜𝐭𝐮𝐫𝐚: «Porque un niño nos ha nacido, ¡un hijo nos ha sido concedido! Sobre sus hombros llevará el principado, y su nombre será «Consejero admirable», «Dios fuerte», «Padre Eterno» y «Príncipe de paz»» (Isaías 9:6)
Nació un niño. De momento no es ninguna sorpresa. Los niños nacen cada día. Pero este es un niño enviado por Dios. ¡Y eso lo cambia todo! Será nuestro rey, y no cualquier rey, sino el Rey de los reyes.
Un niño que llega trayendo promesas maravillosas. Una región despreciada, que siempre fue la primera en ser invadida por enemigos, se hará famosa por ser Galilea, donde el Salvador comenzará su predicación y realizará milagros increíbles. Un pueblo que caminó en la oscuridad, sin esperanza, verá una gran luz: ¡el niño se convertirá en la luz del mundo! Por culpa de este niño, no será la guerra la que cause destrucción, sino que la guerra será destruida.
Un niño, de carne y hueso como nosotros, pero un niño enviado por Dios, perfecto, santo y poderoso como su Padre. El Salvador prometido es todo lo que necesitamos. «Gente como nosotros», viene a ocupar nuestro lugar en la cruz, sin pecado. Él es el Cordero sacrificado de Dios, pero resucita de entre los muertos, porque es el poderoso Hijo de Dios.
Él trae consejos maravilloso a todos, porque es uno de nosotros, pero con el Espíritu de Dios sobre él. El enfrenta al Diablo, al pecado y a la muerte como uno de nosotros, pero lo conquista todo porque es Dios Poderoso.
Todo esto ha pasado. Jesús vino a morir como uno de nosotros, pero volvió a vivir porque se le llama el «Padre Eterno». Conoce nuestros miedos y debilidades y nos concede paz, pues solo él es nuestro «Príncipe de la Paz». En Belén, «ha nacido un niño, Dios nos ha enviado un niño que será nuestro rey» (Isaías 9:6).
𝐎𝐫𝐞𝐦𝐨𝐬: ¡El niño ha venido! Gracias, Señor. Que las promesas que trajo siempre sean mi esperanza y mi fe. En el nombre de Jesús. Amén.
Autor: Rafael Juliano Nerbas
