
𝐋𝐞𝐜𝐭𝐮𝐫𝐚: «Acuérdense de la ley de mi siervo Moisés, a quien en Horeb le di ordenanzas y leyes para todo Israel» (Malaquías 4:4)
Malaquías, el último profeta del Antiguo Testamento, vivió entre los años 500 y 450 a.C. A esto le siguió un tiempo de silencio, sin nuevas profecías, hasta que Juan el Bautista gritó: «Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos se ha acercado» (Mateo 3:2).
Malaquías profetizó en un momento de mucha indiferencia religiosa, tanto entre el pueblo como entre los sacerdotes. La religión se vació y se limitó a la práctica de unas pocas ceremonias, vaciada de fe y sin amor a Dios. El pueblo ofrecía sacrificios a Dios de animales enfermos, ciegos e incluso robados (Malaquías 1:8-13). En este contexto, el profeta advirtió: «¡Ya viene el día, candente como un horno! En ese día, todos los soberbios y todos los malhechores serán como estopa, y serán consumidos hasta las raíces. ¡No quedará de ellos ni una rama! Lo digo yo, el Señor de los ejércitos» (Malaquías 4:1). Pero también anunció que la salvación de Dios «resplandecerá como el sol, trayendo vida en sus rayos» (Malaquías 4:2), en referencia a la venida del Salvador.
Malaquías señaló una nueva relación con Dios, a través de Jesús, que ganó la salvación para todos. Pero la indiferencia y la negligencia pueden hacer que una persona pierda el regalo de la salvación. Por lo tanto, todos deben escuchar el consejo de Malaquías: «Acuérdense de la ley de mi siervo Moisés, a quien en Horeb le di ordenanzas y leyes para todo Israel» (Malaquías 4:4). Los mandamientos llaman a la gente al arrepentimiento, como lo fue la predicación de Juan el Bautista, para que el día del Señor no sea un día de juicio, sino un día de gozo y salvación.
𝐎𝐫𝐞𝐦𝐨𝐬: Dios de la gracia, enséñame tus santos mandamientos. A través de ellos, muéstrame mis pecados y llévame constantemente al arrepiento y nuevas actitudes. En Jesús. Amén.
Autor: Reinaldo Martim Lüdke
