
𝐋𝐞𝐜𝐭𝐮𝐫𝐚: «¡Dame vida, conforme a tu misericordia, para que cumpla los testimonios que has emitido!» (Salmo 119:88)
¿Cuántas veces hemos escuchado a alguien decir: «¡Fue una liberación!» cuando escapa por poco de un accidente o evita una situación de peligro inminente? Es como si Dios nos estuviera guardando de algo terrible. Y, de hecho, esto es lo que muchos sienten: una profunda gratitud por haber sido perdonados.
Cuando reconocemos estos momentos como liberaciones, estamos reconociendo el amor de Dios en acción. El salmista expresó esto cuando escribió: «¡Dame vida, conforme a tu misericordia, para que cumpla los testimonios que has emitido!» (Salmo 119:88). Cada vez que el Señor nos libera de la muerte, está revelando su amor misericordioso.
Pero, ¿qué pasa con aquellos que no se salvan de la muerte? ¿Significa esto que Dios los ama menos? De hecho, no podemos saber por qué Dios permitió su muerte. Sin embargo, Dios todavía promete vida. Una vida que va más allá de los días, meses y horas. Una vida que es eterna. Dios prometió una solución al mal de la muerte, y esa promesa se cumplió en Jesucristo. Él murió en la cruz por nosotros y venció a la muerte resucitando al tercer día, ofreciendo esperanza de vida eterna.
Si aún no hemos sido llamados a la vida eterna, hay un propósito para ello. Como dijo el salmista: «Dame vida, conforme a tu misericordia, para que cumpla los testimonios que has emitido». Nuestro tiempo aquí en la tierra es una oportunidad para que vivamos de acuerdo con la voluntad de Dios y revelemos su amor al mundo.
𝐎𝐫𝐞𝐦𝐨𝐬: Señor de la vida, fortalece en mí la esperanza de la vida eterna y dame las condiciones para hacer tu voluntad. En el nombre de Jesús. Amén.
Autor: Juan Iurk Nogueira