
𝐋𝐞𝐜𝐭𝐮𝐫𝐚: «Tú, Señor, eres mi escudo y mi fuerza; en ti confía mi corazón, pues recibo tu ayuda. Por eso mi corazón se alegra y te alaba con sus cánticos» (Salmo 28:7)
El rey David vivió en una época de muchas dificultades. La gente, en su mayor parte, luchaba por sobrevivir. Y conociendo bien su realidad, el rey David sabía quién podía ayudarlo. Por lo tanto, enseña cómo podemos ayudar a aquellos que también están pasando por dificultades en la vida y necesitan amor y cuidado. Conocía muy bien a su Dios, por lo que dijo con plena confianza: «Tú, Señor, eres mi escudo y mi fuerza; en ti confía mi corazón, pues recibo tu ayuda. Por eso mi corazón se alegra y te alaba con sus cánticos» (Salmo 28:7).
Conocer las necesidades de los demás motiva la acción de quienes quieren ayudar. Las actitudes de amor, compasión y misericordia deben ser normales para todas las personas, después de todo, Dios nos creó totalmente sin pecado. Sin embargo, el pecado trajo tristeza, violencia, falta de amor y terminó conformando la vida humana. Tenemos dificultades para vivir como Dios quiere, de una manera feliz y perfecta, ejerciendo el amor por los demás.
Pero, como David, podemos pedir la ayuda de Dios, porque él envió a su Hijo Jesús para ayudarnos. Jesús vino a escuchar nuestro llanto, vino a responder nuestras oraciones y escuchar nuestro clamor de ayuda. Cuando creemos en Jesús y nos presentamos ante él en nuestras aflicciones y angustias, él nos ayuda y hace que nuestros corazones sean más felices, trayendo paz y alegría en nuestras relaciones.
Vivimos tiempos de muchas dificultades. Por eso, es importante dedicar nuestra vida a servir en amor a los demás y, lo que es más importante, mostrar con confianza que Jesucristo nos ayuda y da alegría a nuestros corazones.
𝐎𝐫𝐞𝐦𝐨𝐬: Dios mío, ayúdame en mis necesidades diarias y fortaléceme en mi fe en Jesús, porque solo él puede darme la alegría de tu salvación. En el nombre de Jesús. Amén.
Autor: Cristiano Alexandre Huf