
Lectura: «Pero cuando se cumplió el tiempo señalado, Dios envió a su Hijo, que nació de una mujer y sujeto a la ley.» (Gálatas 4:4)
Vivimos con prisa, luchando contra el reloj para conseguir todo lo que tenemos que hacer. El tiempo parece cada vez más escaso y hacemos un esfuerzo para que todo encaje con el tiempo que tenemos. Por eso, somos cada vez más impacientes. No nos gusta esperar nada.
Nuestra prisa contrasta con la acción paciente de Dios. El Señor tiene su tiempo correcto y nos enseña a esperar a su acción transformadora. Por eso Pablo escribió: «Pero cuando se cumplió el tiempo señalado, Dios envió a su Hijo, que nació de una mujer y sujeto a la ley.» (Gálatas 4:4). El tiempo correcto es el tiempo divino. Preparó al mundo para la llegada del Salvador. En el tiempo justo, Jesús hizo la obra perfecta. Sin la acción de Dios en nuestras vidas, estaríamos atrapados bajo el pecado. No podríamos librarnos del castigo que la ley del Señor nos había impuesto. Por esta razón, Jesús vino a ser nuestro fiador, representante y sustituto, tomando nuestro lugar en la cruz y pagando nuestro rescate con su sangre. Así nos libertó. Nos hizo libres y nos salvó, mediante la fe, a través de su obra redentora.
Así que poneos en manos del Padre. El tiempo de Dios es perfecto y siempre escuchará nuestras oraciones. Nos ha liberado dando su vida y sin duda nos ayudará en nuestras dificultades. No desesperes ante el reloj y el tiempo que parece escaparse, confía en Aquel que dio sentido a tu vida.
Oremos: Señor, mi Dios, ayúdanos a estar tranquilos y a confiar en tu providencia. Mantén nuestra fe en Jesucristo. En su nombre. Amén.
Autor: Walduino Paulo Littig Junior
