
𝐋𝐞𝐜𝐭𝐮𝐫𝐚: “¡Que las naciones se llenen de gozo, porque tú juzgas a los pueblos con equidad y eres el Pastor de todas las naciones!» (Salmo 67:4)
Cada vez que nos enfrentamos a una situación de injusticia, es común estar tristes e incluso a menudo indignados. Los casos de injusticia son tan numerosos que es muy difícil no sentirse decepcionado con las autoridades que tienen el poder de cambiar la situación. Desgraciadamente, la realidad muestra que la gente sufre injusticias todos los días.
La raíz de toda injusticia es el pecado, que profana el corazón de todos los seres humanos. Nadie puede declararse inocente, como escribe el autor del Salmo 14: «Pero todos se han desviado; todos a una se han corrompido. No hay nadie que haga el bien; ¡ni siquiera hay uno solo!» (Salmo 14:3). Esto significa que, además de sufrir injusticias, también la causamos en la vida de los demás.
Afortunadamente, hay una justicia que nunca falla ni decepciona. Es la justicia del Señor Dios. Podría condenarnos, pero eligió actuar con misericordia y bondad, no tratando a la gente como merece. En vez de condenarnos, condenó a su Hijo a morir en nuestro lugar. Fue para hacer justicia perfecta y perdonar nuestros pecados que Jesucristo se convirtió en ser humano. Así aceptó nuestro castigo, pagó nuestro rescate y nos liberó de todo mal. A quienes creen en él, otorga la salvación eterna. Así, “¡Que las naciones se llenen de gozo, porque tú juzgas a los pueblos con equidad y eres el Pastor de todas las naciones!» (Salmo 67:4).
𝐎𝐫𝐞𝐦𝐨𝐬: Dios santo, te alabamos porque tu justicia nos da alegría. Gracias por amarnos incondicionalmente. Ayúdanos a ver la vida con esperanza porque Jesús es nuestra justicia. En su nombre. Amén.
Autor: Erno Kufeld
