
𝐋𝐞𝐜𝐭𝐮𝐫𝐚: «Y haré que con sus labios digan: “Paz al que está lejos; paz al que está cerca”. Yo, el Señor, prometo que los sanaré» (Isaías 57:19)
La paz no siempre es sinónimo de tranquilidad y bienestar. Puede existir en medio de las aflicciones y la confusión de la vida, en medio del conflicto y el dolor, en la salud y en la enfermedad, porque la paz es un don de Dios y no está condicionada por las circunstancias en las que vivimos.
En el siglo octavo antes de Cristo, Dios manifestó su ira contra el pueblo, dejándolos sufrir bajo el dominio de fuerzas extranjeras a causa de su pecado. Se habían apartado del Señor Dios y habían quebrantado su pacto.
Sin embargo, Dios prometió no actuar con ira permanente, sino que ofreció paz y restauración a los arrepentidos que, en una actitud humilde, reconocieron su pecado y esperaron con confianza en la misericordia divina. Dios les hizo una promesa de gracia de paz a través del profeta Isaías: «Y haré que con sus labios digan: “Paz al que está lejos; paz al que está cerca”. Yo, el Señor, prometo que los sanaré» (Isaías 57:19).
Este versículo es citado por el apóstol Pablo como la base para la paz con Dios a través de Cristo: «Él vino y a ustedes, que estaban lejos, les anunció las buenas nuevas de paz, lo mismo que a los que estaban cerca» (Efesios 2:17). Esta paz, que es para todos los pueblos, la tenemos por la fe en Cristo. Pablo también escribe: «Así, pues, justificados por la fe tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Romanos 5:1). En paz con Dios gracias a Jesús, tenemos «esperanza» y «nuevas fuerzas» para vivir.
𝐎𝐫𝐞𝐦𝐨𝐬: Padre Celestial, te alabamos y te damos gracias por reconciliarnos contigo, trayéndonos paz a través de tu amado Hijo. Mantennos en esa condición hasta que estemos contigo para siempre. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Autor: Rudi Thoma