𝐋𝐞𝐜𝐭𝐮𝐫𝐚: «Hermanos míos, ¿de qué sirve decir que se tiene fe, si no se tienen obras? ¿Acaso esa fe puede salvar?» (Santiago 2:14)
Vivimos en un país donde más del ochenta por ciento de su población se identifica como seguidores del cristianismo. Sin embargo, cuando consideramos la corrupción generalizada en diferentes esferas de la burocracia y el poder público, la altísima tasa de homicidios, la falta de obediencia a las reglas y normas, la inversión de valores, entre otros aspectos, nos damos cuenta de que no vivimos en un país «cristiano» de hecho. Parece que muchos dicen que tienen fe, pero solo «de la boca hacia afuera».
Santiago confronta a los cristianos que afirman creer en Jesús pero que no viven de acuerdo con los valores de su fe. Condena la separación artificial que algunos crean entre la fe y las obras, en general para justificar una vida no comprometida con la voluntad de Dios, como si el simple decir «tengo fe» fuera un activo que resuelve todos los problemas. Esto no es fe, sino un mero asentimiento intelectual, por el cual las personas se engañan a sí mismas.
Tener fe en Cristo es estar unidos a él en su muerte y resurrección, para que la vieja naturaleza pecaminosa sea crucificada con Cristo y podamos vivir como nuevas criaturas (2 Corintios 5:17), que no solo dicen que son «de boca para afuera», sino que en realidad viven como hijos de Dios en palabra y acciones. Como dice Santiago: «Hermanos míos, ¿de qué sirve decir que se tiene fe, si no se tienen obras? ¿Acaso esa fe puede salvar?» (Santiago 2:14).
Cuando el corazón es verdaderamente regenerado por la palabra del evangelio (Santiago 1:18), lleva a nuestra boca, brazos, piernas y mentes a vivir de todo corazón para la gloria de Dios. Cuando vives de esta manera, las familias, las iglesias y la nación misma son bendecidas.
𝐎𝐫𝐞𝐦𝐨𝐬: Gracias Dios, por darme un nuevo nacimiento y un nuevo corazón por fe. Que pueda vivir la fe en mi vida diaria y ser una bendición para mi familia, mi iglesia y mi país. Amén.
Autor: Paulo Samuel Albrecht