𝐋𝐞𝐜𝐭𝐮𝐫𝐚: «Hermanos míos, ustedes que tienen fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo, no deben hacer diferencias entre las personas» (Santiago 2:1)
La Convención Americana sobre Derechos Humanos establece en su artículo 8 que toda persona tiene derecho a ser oída por un «juez o tribunal competente, independiente e imparcial, establecido con anterioridad por la ley». Este principio es conocido, por la legislación, como el de la «imparcialidad o juez natural».
La Palabra de Dios nos revela que, por desgracia, mostrar imparcialidad no es nuestro fuerte. A menudo juzgamos a nuestro prójimo por su apariencia. Con una sola mirada o primera impresión, pensamos que somos capaces de sacar conclusiones «precisas» sobre las personas y su forma de vestir, expresarse y comportarse. Por lo tanto, terminamos atacando erróneamente el honor de las personas.
Dios nos ama y nos protege, aunque conoce nuestras faltas. Para dejar esto en claro, usó al apóstol Santiago para enseñarnos: «Hermanos míos, ustedes que tienen fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo, no deben hacer diferencias entre las personas» (Santiago 2:1).
Dios quiere que demostremos amor sin parcialidad, favoritismo ni hesitación. Porque así es exactamente como actuó con cada uno de nosotros: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3:16).
En la cruz, el Hijo de Dios nos amó incondicionalmente. Por todos nosotros, que a frecuentemente nos portamos mal con los demás, exclamó: «¡Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen!” (Lucas 23:34). Jesús no nos castiga. Al contrario, nos acoge, nos perdona y nos salva. Que actuemos de la misma manera con nuestros prójimo.
𝐎𝐫𝐞𝐦𝐨𝐬: Señor Dios, que amemos a nuestro prójimo como Jesús nos ama. Perdónanos cuando somos parciales con nuestros hermanos y hermanas, y capacítanos con tu Espíritu para que actuemos de manera acogedora. En el nombre de Jesús. Amén.
Autor: Otávio Augusto Schlender