𝐋𝐞𝐜𝐭𝐮𝐫𝐚: «Moisés le dijo a Aarón: «Dile a toda la congregación de los hijos de Israel que se acerquen a la presencia del Señor, porque él ha oído sus murmuraciones»” (Éxodo 16:9)
¿Conoces la expresión: “¿El que no llora, no mama”? Es un dicho popular que nos recuerda los primeros días de vida, cuando nuestro impulso de hambre nos lleva a quejarnos, a través del llanto, para recibir comida.
Cuando el pueblo de Dios fue liberado de la esclavitud de Egipto, Dios los puso en un viaje a través del desierto hasta la Tierra Prometida. Bajo el liderazgo de Moisés, el viaje tuvo varios obstáculos que, uno a uno, fueron superando, proporcionando varios aprendizajes.
Uno de estos aprendizajes fue la estrecha relación con Dios. El Señor no es un Dios distante, sino que camina a nuestro lado. Además de ser el proveedor de todas las cosas, su amor es tan grande que tiene la paciencia de escuchar nuestras quejas. Cuando el pueblo estuvo en necesidad en el desierto, se quejaron ante Dios y él escuchó su petición, como está escrito en el libro de Éxodo, capítulo 16, versículo 9: «Moisés le dijo a Aarón: «Dile a toda la congregación de los hijos de Israel que se acerquen a la presencia del Señor, porque él ha oído sus murmuraciones»”.
Es muy bueno saber que Dios escucha nuestro clamor y nos escucha. No lo merecemos, pero recibimos esa bendición a través de Jesús, el Hijo perfecto, rechazado en la cruz para que pudiéramos ser aceptados por Dios como hijos amados.
Por la fe en Jesús, somos hijos. Hemos recibido sustento y todo lo necesario de nuestro Dios. Y cuando estamos necesitados, incluso antes de llorar, el Señor ya nos ofrece lo que necesitamos, por su gracia y amor que no tienen fin.
𝐎𝐫𝐞𝐦𝐨𝐬: Padre que estás en los cielos, cuántas veces me quejo por el simple hecho de quejarme, sin darme cuenta de tu acción por mí. Perdona mi culpa. Quiero continuar el camino en tu compañía, a la Tierra Prometida y definitiva del cielo. En el nombre de Jesús. Amén.
Autor: Marcos Schlemer Weide