
𝐋𝐞𝐜𝐭𝐮𝐫𝐚: «Me porto con mesura y en sosiego, como un niño recién amamantado; ¡soy como un niño recién amamantado, que está en brazos de su madre!» (Salmo 131:2)
La desconfianza genera intranquilidad e incertidumbre. Cuando dudamos de una promesa o propuesta, de una persona o institución, nos quedamos con «la pulga detrás de la oreja». ¿Has experimentado esto?
Dios es enfático sobre en quién debemos confiar: «Es mejor confiar en el Señor que confiar en simples mortales» (Salmo 118:8). «El Señor Dios dice: «Maldito el hombre que confía en otro hombre; que finca su fuerza en un ser humano, y aparta de mí su corazón. Pero bendito el hombre que confía en mí, que soy el Señor, y que en mí pone su confianza»» (Jeremías 17:5,7).
El Salmo 131 nos muestra lo que la confianza engendra tranquilidad: «»Me porto con mesura y en sosiego, como un niño recién amamantado; ¡soy como un niño recién amamantado, que está en brazos de su madre!» (Salmo 131:2).
En medio de tantas cosas que nos llevan a la desconfianza, se nos invita a descansar en los brazos de nuestro Padre y luego a tener satisfacción, tranquilidad y quietud, a tener calma en nuestros corazones.
La confianza siempre se basa en seguridades, en hechos que nos llevan a creer en la verdad de lo que se nos promete. Por lo tanto, podemos tener en nuestro Padre celestial la confianza que engendra comodidad: porque ha cumplido sus promesas, enviando a su Hijo, Jesucristo, no solo para hablar de amor, perdón y salvación, sino para conquistar todo esto en la práctica, con su vida, muerte y resurrección por nosotros.
Así como un niño confía y recibe de su madre todo lo que necesita, al confiar en Cristo recibimos del Padre todo lo que necesitamos para tener la paz que calma nuestros corazones.
𝐎𝐫𝐞𝐦𝐨𝐬: Señor Dios, ayúdanos a confiar y descansar siempre en tu amor a través de nuestro Salvador Jesús. Amén.
Autor: Leandro Daniel Hübner