
𝐋𝐞𝐜𝐭𝐮𝐫𝐚: «Fíjense en que yo hago algo nuevo, que pronto saldrá a la luz. ¿Acaso no lo saben? Volveré a abrir un camino en el desierto, y haré que corran ríos en el páramo» (Isaías 43:19)
Es muy común que las personas comparen pasajes difíciles de su vida con un desierto. El desierto es sinónimo de privaciones, carencias y muchas dificultades. La falta de agua y de una sombra refrescante, el calor abrasador del día y el frío penetrante de la noche son características de un entorno que pone en riesgo la vida.
El pueblo de Dios del Antiguo Testamento pasó por muchos desiertos, algunos reales, otros como tragedias fruto de su soberbia. Cada vez que la gente abandonaba el consejo de Dios, las cosas se ponían difíciles. En estos momentos, los mensajes de los profetas fueron fundamentales. Isaías, por ejemplo, llama a la gente a abandonar las «cosas viejas», es decir, la terquedad y la rebelión, y muestra que Dios hace que sucedan «cosas nuevas». De esta manera, el profeta dice que Dios preparará «un camino en el desierto» y hará que «los caminos pasen por tierras secas» (Isaías 43:19). A partir de la acción de Dios, todo puede ser diferente y mucho mejor. Solo Él es el Dios de la vida y puede ayudar.
Lo más probable es que tú también hayas pasado por «desiertos», o tal vez incluso estés pasando por un momento así en tu vida. Hay un mensaje de consuelo y esperanza para ti y para todas las personas. El mismo Dios que no abandonó a su pueblo en el Antiguo Testamento tampoco nos abandona a nosotros hoy. Su Hijo, Jesucristo, nos ofrece «cosas nuevas», es decir, el perdón de los pecados, la salvación y la vida. En el Bautismo, en la Palabra y en la Santa Cena, Dios nos hace vencer los desiertos de la vida presente y nos fortalece en los propósitos que Él ha designado.
𝐎𝐫𝐞𝐦𝐨𝐬: Querido Dios y Padre, gracias por tu gracia y amor. Líbrame de los «desiertos» y guárdame del mal. En Jesús. Amén.
Autor: Eltton Zielke