
𝐋𝐞𝐜𝐭𝐮𝐫𝐚: «Manténganse, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no se sometan otra vez al yugo de la esclavitud» (Gálatas 5:1)
Una de las manchas de la historia es la esclavitud. Incluso hoy en día, hay esfuerzos para acabar con regímenes de trabajo análogos a este, en los que las personas son tomadas como objetos, en lugar de ser tratadas con respeto. En la historia misma del cristianismo, el apoyo a los regímenes esclavistas es una triste marca de un pasado que debemos recordar para no repetirlo.
Nadie quiere ser un esclavo y todo ser humano consciente sabe que esta es una práctica contraria a la dignidad de la vida creada por Dios. ¿Por qué, entonces, hay tanta gente que se pone voluntariamente en relaciones de esclavitud? Está la esclavitud de las drogas, de la búsqueda desenfrenada del placer, de la codicia que convierte el trabajo en una adicción, y de tantas otras cosas a las que se somete la gente.
«Firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres» (Gálatas 5:1). Por lo tanto, no tiene sentido rendirse de nuevo al pecado que hiere la dignidad, que vicia y maltrata la conciencia. La libertad que Jesús nos da, con el perdón ganado en la cruz, no significa seguir los deseos insensatos del corazón, sino que es la oportunidad de tener una vida nueva, con la conciencia clara y en paz.
Sabemos que detrás de cada sabroso cebo hay una trampa lista para atrapar de nuevo. Pero con Jesús, encontramos plena satisfacción y verdadero contentamiento. Libres de pecado, usemos nuestros cuerpos, nuestro tiempo y nuestros dones para servir y amar verdaderamente, como somos amados por Dios.
𝐎𝐫𝐞𝐦𝐨𝐬: Señor, guárdame cerca de ti y no permitas que vuelva a caer en la esclavitud del pecado. Ayúdame a reconocer lo que todavía me aprisiona y a amar como Jesús me amó. Amén.
Autor: Herivelton Regiani