
𝐋𝐞𝐜𝐭𝐮𝐫𝐚: «Porque ella los amamantará en sus pechos, y los consolará y dejará satisfechos; ustedes serán amamantados, y disfrutarán de las delicias de su gloria» (Isaías 66:11)
El miedo, la incertidumbre y la inseguridad pueden apoderarse del corazón de una madre que se está preparando para amamantar, sobre todo cuando es la primera vez. Pero ciertamente, para el bebé, no hay nada mejor que el regazo de la madre, que lo acurruca, proporcionándole una dulce paz, comparable a la «bonanza» después de una tormenta.
Dios hace algo similar con su pueblo, que parecía un bebé necesitado del regazo de su madre. Estaba hambriento de la bondad de Dios y anhelaba volver a casa después del largo y sufrido exilio. De Jerusalén, la casa a la que irían, el profeta Isaías escribió: «Porque ella los amamantará en sus pechos, y los consolará y dejará satisfechos; ustedes serán amamantados, y disfrutarán de las delicias de su gloria» (Isaías 66:11). Como un bebé que es amamantado, el pueblo de Israel es sostenido por Dios, quien restaura su vida.
De la misma manera, nos pasa a nosotros. Dios cuida de nosotros, concediéndonos la dulce paz que proviene del perdón, la vida y la salvación. Él nos da su gracia y nos alimenta abundantemente, llevándonos en sus brazos, devolviéndole la vida y abrazándonos cariñosamente. Se nos invita a disfrutar de esta maravillosa bendición, que nos deja felices y con nuevas fuerzas. Si, por un lado, cualquier adversidad en nuestra vida nos deja frágiles como bebés, que necesitan ser amamantados, por otro lado, la restauración de nuestra vida es realizada por gracia de Jesús. Él quita nuestro miedo, aflicción e incertidumbre, y nos alimenta con vida y perdón. Jesús es la única certeza de restauración.
𝐎𝐫𝐞𝐦𝐨𝐬: Bondadoso Señor nuestro Dios, cuando las incertidumbres de esta vida vengan a perseguirnos, toma nuestra mano y ve delante de nosotros. En Cristo. Amén.
Autor: Horst Siegfried Musskopf