𝐋𝐞𝐜𝐭𝐮𝐫𝐚: “Y se le dio el dominio, la gloria y el reino, para que todos los pueblos y naciones y lenguas le sirvieran. Y su dominio es eterno y nunca tendrá fin, y su reino jamás será destruido” (Daniel 7:14)
El profeta Daniel era conocido por su habilidad para interpretar los sueños y por ser un hombre de gran fe. Su fidelidad a Dios es inquebrantable cuando se enfrenta a los leones y al horno de fuego. Con una vida ejemplar, no renuncia a sus principios y su ética es coherente con lo que cree. Llama la atención de los seres humanos que viven buscando el poder a cualquier precio y tienen dificultades para dejar que Dios sea Dios. Daniel describe el Reino de Dios: “Y se le dio el dominio, la gloria y el reino, para que todos los pueblos y naciones y lenguas le sirvieran. Y su dominio es eterno y nunca tendrá fin, y su reino jamás será destruido” (Daniel 7:14). Esta visión nos recuerda que la vida es breve, que los poderes humanos son efímeros y que el Reino de la felicidad plena y definitiva no es de este mundo. Es de Dios, es eterno y nunca será destruido.
Contrariamente a lo que podamos imaginar, el sueño del profeta no es alienante, es decir, no nos deja aislados, sin contacto con la realidad. De hecho, la esperanza de que no todo se reduzca a relaciones miopes y superficiales como las que vivimos en este mundo es combustible indispensable para una vida con pleno sentido.
El reino que Daniel vio en sueños nos hace pensar en el Reino eterno y definitivo de Dios; reflexionar sobre la tranquilidad de las cosas humanas cuyos días están contados; y recordemos que aquel que siempre ha existido y tiene todo el poder viene a nuestro encuentro de manera extraordinaria en la obra salvífica del Mesías, Jesucristo. Quien cree y espera en Él recibe este Reino de gracia, de paz y de perdón, en esta vida y en la eternidad. Al confiar en Jesús, Dios nos transforma en sus hijos y comparte con nosotros toda la eternidad.
𝐎𝐫𝐞𝐦𝐨𝐬: Amado Dios, te pido la gracia de pertenecer siempre y caminar hacia tu Reino eterno y definitivo. Que mi camino sea de gratitud por el amor de Jesús, mi Salvador. Mientras camino, dame la gracia de llevar también a mi prójimo conmigo. En el nombre de Jesús. Amén.
Autor: Ênio Starosky