
𝐋𝐞𝐜𝐭𝐮𝐫𝐚: «Yo fui ese atrevido, que habló sin entender; ¡grandes son tus maravillas! ¡Son cosas que no alcanzo a comprender!» (Job 42:3)
Un hijo llega a casa del colegio y le pide a su padre que le ayude con sus tareas de matemáticas. Él se sienta junto a su hijo para ayudarle, se da cuenta de un error y le enseña a hacer el cálculo correctamente. Pero el hijo, sintiéndose autosuficiente, dice: «¡Déjalo, papá! ¡Sé mejor que tú cómo hacer esto!»
Job era un hijo de Dios que enfrentó muchos sufrimientos en su vida. Siempre intentó ser una persona justa y buena, pero en un momento dado tuvo que enfrentarse al sufrimiento y al dolor. No podía imaginar ningún propósito divino para su sufrimiento, estaba convencido de que lo que enfrentaba era injusto.
Job pensaba que podía ser más sabio que Dios. Siendo una buena persona, Job no entendía por qué sufría tanto. Pensaba que Dios estaba siendo injusto. Pero el Señor muestra que sin su sabiduría, no somos nada. Ante él, Job reconoce su ignorancia: «“¿Quién se atreve a oscurecer mis designios, con palabras carentes de sentido?” Yo fui ese atrevido, que habló sin entender; ¡grandes son tus maravillas! ¡Son cosas que no alcanzo a comprender!» (Job 42:3).
Dios está muy por encima de nuestra comprensión. Permitió que su santo y justo Hijo Jesucristo fuera condenado en nuestro lugar. En su infinita sabiduría, Dios envió a su Hijo para que fuera el defensor de todos nosotros, el Redentor de todos nuestros pecados, aunque no lo mereciéramos. ¡Esto es demasiado maravilloso! Y eso es en lo que debemos confiar. La sabiduría de Dios Padre nos enseña a decir con Job: «Yo se que mi Redentor vive» (Job 19:25). ¡Sí, Jesús vive!
𝐎𝐫𝐞𝐦𝐨𝐬: Amado Padre, enséñame a confiar en tu sabiduría, tu gracia y tu perdón. En Cristo Jesús. Amén.
Autor: Fabiano Brusch Müller
